Esta no es una columna normal. Es más extensa y extraña. Y es extensa porque dado lo delicado del argumento, es importante al menos bosquejar los elementos analíticos y metodológicos que subyacen a un trabajo de mucho tiempo y que redundan en un argumento que plantea consecuencias de relevancia. Dado que me pronunciaré sobre el probable destino de un gobierno muy importante, no solo para su población, sino a nivel global, como es el de España; me parece que debo intentar ser detallista. La extensión (espero) ayudará a ponderar adecuadamente la discusión.
Si bien vengo investigando la crisis del gobierno de Pedro Sánchez en España hace ya un año, en este instante me parece pertinente dar cuenta de la pregunta que moviliza a la opinión pública y al mundo político en España: ¿caerá Sánchez antes de terminar su gobierno?
Sobre la perspectiva conceptual
Una crisis es una transformación caracterizada por predominio destructivo. Toda transformación destruye, pero no todas suponen esencialmente la reducción o extinción de recursos políticos. Pero hay dos grandes tipos de crisis: un escenario de crisis de un proyecto conceptual o genérico (la crisis de occidente) o un escenario que afecta a un actor o agrupación, poniendo en riesgo de modo inminente su actual posición.
Llevo muchos años trabajando las transformaciones sociales y los procesos de pérdida de poder que suponen las crisis. He avanzado metodológicamente en su análisis, he incorporado dimensiones y variables, he construido mediciones y todo ello se ha ido volcando en análisis que pronto espero tener disponibles de modo sencillo. De momento, en todo caso, el trabajo se debe hacer artesanalmente.
Y este desarrollo metodológico lo he aplicado a Pedro Sánchez y su crisis en España.
Necesito, sin embargo, fundamentar algunos aspectos generales sobre las definiciones que uso. Si se puede resumir, la lectura que he trabajado teóricamente señala que el poder es energía y, en cambio, la dominación (la forma institucional del poder) es poder con absorción semiótica. Una crisis o una corrosión política pueden asociarse a una absorción que fracasa. En ese caso, la energía no desaparece: se vuelve entropía, malestar, destrucción o vacío.
Por tanto, la política no trata solo de ganar el poder, sino de dotarlo de un significado capaz de absorber el mundo que lo rodea. Perder la energía es un gran problema, pero también lo es tener energía disruptiva no procesada.
La energía que es el poder se manifiesta como la capacidad de producir efectos en el campo social, ya sea estabilizando, transformando o desorganizando. El ‘poder’ es energía social en movimiento. En su forma más elemental, el poder no es un recurso, ni una relación jurídica, ni una posición institucional: es una energía. Esta energía se manifiesta como la capacidad de producir efectos en el campo social, ya sea estabilizando, transformando o desorganizando.
Esta energía puede ser canalizada hacia la organización o derivar en entropía (desorden, disgregación, colapso). El paso de energía a organización solo es posible si existe la capacidad de absorber simbólicamente esa energía. Esta es la función del significado: estructurar, traducir, contener. En su forma superior, el significado de un proceso construye instituciones.
La absorción semiótica es la capacidad de una estructura (institucional, narrativa, simbólica) para procesar energía disruptiva y devolverla como sentido. Sin absorción semiótica, la energía se libera como ruido, como colapso, como malestar sin forma.
La dominación es una forma específica de poder: es el momento en que la energía ha sido traducida en estructura estable, en la que los sujetos reconocen el significado del poder y lo internalizan. Dominación es poder con absorción semiótica exitosa y sostenida.
Max Weber definía la dominación como la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado. Nosotros la redefinimos aquí como: La persistencia del poder gracias a la reproducción estable de su significado. Como toda energía, el poder puede aparecer como organización o como entropía.
En este sentido, la lucha política no es solo por el control del poder, sino por la dirección que tomará su energía. Una crisis es el momento en que:
La energía organizadora ha pasado a ser energía disruptiva. En crisis severas, el signo ya no absorbe: se vuelve espejo roto del desorden.
Contexto
Desde mayo de 2024, una denuncia señaló que Begoña Gómez (esposa del Prsidente Pedro Sánchez), sin titulación universitaria, accedió a una cátedra y codirigió másteres en la Complutense bajo sospechas de tráfico de influencias y financiación opaca, la crisis alrededor de Pedro Sánchez fue tomando cuerpo.
El escándalo se expandió al vincularse con Víctor de Aldama, el empresario implicado en el “caso Koldo”, que habría entregado comisiones a José Luis Ábalos, Santos Cerdán e incluso a su entorno, y quien negó que Begoña Gómez actuara sin autorización al gestionar negocios relacionados con rescates de empresas de gran tamaño. Aldama mantuvo hasta siete reuniones con la esposa del Presidente Begoña Gómez en las oficinas del palacio de gobierno y un empresario declaró haberse reunido ocho veces en Moncloa con Gómez. Hay además evidencia de que los programas de máster podrían ser fachadas para el tráfico de influencia.
Además, la implicación de Aldama en el caso “Delcygate” —la reunión secreta de Ábalos con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez en Barajas mientras llevaban maletas con oro— situó al empresario intermediar entre España y Venezuela, con conocimiento directo de Sánchez. Ahora hay grabaciones que señalan que las negociaciones con el chavismo fueron precedidas por negociaciones con el antichavismo, habiendo referencias a la búsqueda de vínculos para hablar directamente con Juan Guaidó.
Como se ve esta historia ha sido extensa. Tanto que incluso el año pasado, cuando la crisis escaló por vez primera, el presidente se vio obligado a anunciar públicamente una “reflexión” sobre su continuidad —incluida la posibilidad de renuncia— con el fin de ganar tiempo y amortiguar el impacto político mientras se alertaba de un informe de la UCO sobre criminalidad en su entorno.
Todo ello ha generado un cuadro articulado que incluye másteres, Delcygate, comisiones ilegales, renuncias políticas y responsabilidades penales, y que ha sido descrito por los medios como una de las mayores crisis institucionales de su mandato.
En todo este escenario el fiscal general ha sido procesado por la justicia sin renunciar a su cargo, en el marco de una posible coordinación con el palacio de gobierno para perjudicar a una rival política (cuyo caso tampoco es que se ve muy bien).
Lejos de amainar, la crisis se ha complejizado
Desde principios de junio de 2025, una serie de revelaciones judiciales y mediáticas han precipitado la actual crisis que enfrenta Pedro Sánchez. En las últimas semanas todo se complicó con dos hitos.
El primero, la aparición Leire Díez, conocida ahora como “la Fontanera”, enlace político que conecta con Cerdán y ayuda a cerrar el círculo de relaciones cruzadas entre intereses empresariales, estructuras partidarias y decisiones de Estado.
Pero además el detonante clave fue la filtración de un informe de una unidad de investigación de la Guardia Civil que vinculaba a Santos Cerdán —secretario de Organización del PSOE y mano derecha del presidente— con presuntas comisiones ilegales en adjudicaciones públicas, junto a exministros como José Luis Ábalos y su asesor Koldo García.
En apenas unas horas, Cerdán pasó de colaborador clave a renunciar, tanto al cargo como a su escaño. Poco después, Sánchez compareció públicamente, pidió perdón, descartó elecciones anticipadas y anunció una auditoría externa y una remodelación del partido.
Paralelamente, desde el Congreso, ministros y representantes de Sumar exigieron medidas más contundentes, mientras la oposición intensificó sus demandas de dimisión ante el cúmulo de señalamientos. Muchos analistas señalaron que se trata de una de las crisis más graves del actual Gobierno, que cuestiona directamente la credibilidad de Sánchez.
Teorías de la crisis
Me parece pertinente explicar brevemente algunos apuntes sobre teoría de la crisis.
Comenzamos por recurrir a las aportaciones de Michel Dobry, cuyo enfoque nos invita a abandonar la obsesión por las causas o los efectos de las crisis, y centrarnos, en cambio, en su funcionamiento interno. Pero también sumaremos elementos clave de otros teóricos —como Dogan y Higley— y aportaremos una dimensión poco explorada: la dimensión cognitivo-cultural de la crisis, es decir, cómo se dibuja, se interpreta y se comunica el colapso de lo político.
Durante décadas, el estudio de las crisis políticas se ha dividido en dos grandes vertientes: quienes se obsesionan con sus causas estructurales (desigualdad, corrupción, polarización) y quienes analizan sus consecuencias (cambios de régimen, recambio de élites, reformas institucionales). Ambos enfoques suponen que la crisis es un momento excepcional, un desgarro en la normalidad institucional. Pero esta lógica resulta inadecuada cuando observamos que muchas de las grandes crisis no emergen de forma abrupta, sino que son continuidades deformadas de la política rutinaria. No irrumpen de la nada; son expresiones intensificadas de tensiones preexistentes.
Michel Dobry plantea una tesis radical y metodológicamente fértil: una crisis no es una excepción, sino una coyuntura de alta fluidez política, en la que los sectores que normalmente operan de forma autónoma —el judicial, el político, el mediático, el económico, el social— pierden sus fronteras y comienzan a operar en código cruzado.
En tiempos “normales”, estos campos se comportan como sistemas relativamente cerrados, guiados por reglas propias. En una crisis, esa autonomía se disuelve. Lo que ocurre en un sector irrumpe con fuerza en otro: una decisión judicial enciende protestas en la calle; una cobertura mediática desestabiliza el sistema financiero; una declaración política compromete la legitimidad del sistema judicial. Dobry llama a esto movilización multisectorial: un proceso en el que los actores ya no actúan solo dentro de sus propios campos, sino que buscan aliados, recursos, discursos y tácticas más allá de sus fronteras tradicionales.
Lo importante en este enfoque no es cuándo comienza la crisis ni cómo termina, sino cómo se organiza: qué actores moviliza, qué recursos pone en juego, cómo se destruyen o reformulan las reglas, y sobre todo, cómo se transforma el sentido de lo que es posible o legítimo en política.
A este modelo le añadimos un componente que ha sido históricamente subestimado: la dimensión cognitiva de la crisis. Nuestra hipótesis es que una crisis se convierte en irreversible no solo por el tamaño de sus fracturas estructurales, sino porque se vuelve comprensible para una mayoría. Es decir, porque puede ser narrada de forma sencilla, con actores reconocibles, con un argumento claro, con una línea de causa y efecto que —independientemente de su exactitud— resulta persuasiva para las audiencias. Si la teatralización de la crisis es prístina, más grave es. Tal y como si un proyecto político es perfectamente comprensible y coherente, será exitoso.
Esta dimensión cognitiva es clave para entender por qué ciertas crisis se hunden en la tecnocracia y otras estallan como relámpagos mediáticos. Cuando una crisis logra representarse de modo inteligible, el juicio público sobre los responsables se acelera, los márgenes de defensa se reducen, y el sistema entero comienza a ser percibido como disfuncional. Por el contrario, las crisis complejas, técnicas o fragmentadas tienden a disolverse en la confusión, y muchas veces son gestionadas sin consecuencias mayores.
Esta línea de análisis nos permite introducir una nueva variable metodológica: el grado de inteligibilidad narrativa de una crisis como factor de irreversibilidad.
Junto a Dobry, el enfoque de Dogan y Higley resulta complementario. Estos autores sostienen que las grandes crisis tienden a provocar recambios de élites. En condiciones normales, las élites tienden a reproducirse a sí mismas, pactando las reglas del juego. Pero en momentos críticos, estas élites pueden fragmentarse o perder legitimidad, dando paso a contraélites que buscan tomar su lugar. A veces esto se da mediante elecciones, otras veces por colapso institucional o insurrección.
Lo decisivo, aquí, es que la crisis no se resuelve solamente por arriba, sino también por desplazamientos estructurales del campo de poder. Un sistema que no puede renovar sus élites difícilmente podrá reconstruir legitimidad.
Una propuesta metodológica para abordar crisis políticas
En resumen, planteamos un marco compuesto por cuatro ejes:
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1. Dobry: La crisis es una coyuntura fluida, de movilización intersectorial, donde las reglas se suspenden y los actores cruzan sus límites funcionales.
2. Dogan & Higley: Las crisis tienden a producir recambios de élites como forma de cierre político.
3. Tesis cognitivista: El tamaño y la irreversibilidad de una crisis dependen en gran medida de su inteligibilidad narrativa: cuanto más simple y clara es la historia, más peligrosa es la crisis.
4. Metodología operativa: Para analizar una crisis se requiere mapear (a) actores, (b) redes, (c) recursos movilizados, (d) transgresiones institucionales y (e) marcos narrativos públicos.
Pedro Sánchez en el ojo de la crisis: redes, relatos y erosión del poder
La política española ha sido, desde la transición, una coreografía de estabilidad negociada. Pero en los últimos años, el ritmo se ha roto. La polarización ideológica, la fragmentación partidaria, el conflicto territorial y la presión institucional han creado un entorno cada vez más propenso a la fluidez. En ese escenario, Pedro Sánchez emergió como un político resiliente, capaz de sobrevivir a crisis internas y externas, gobernar con mayoría frágil, y mantenerse a flote cuando todo parecía en su contra.
Sin embargo, ha ocurrido que la resiliencia se ha convertido en aislamiento, y la capacidad de maniobra se reduce a gestos desesperados. La crisis actual que enfrenta Pedro Sánchez —y que, más allá de su nombre, involucra a su esposa, a sus colaboradores históricos, al aparato partidario y a operadores empresariales— no es una más. Es la más estructural que ha vivido. Y lo es no solo por los hechos que la componen, sino por la forma en que esos hechos se articulan simbólicamente, conformando un relato poderoso y comprensible para una opinión pública cansada, descreída y vigilante.
De hecho, es altamente probable que Pedro Sánchez habría caído hace ya mucho tiempo en cualquier escenario normal. Sin embargo, dada la presencia fuerte de los nacionalismos regionales, Sánchez ha tenido un seguro de vida más extenso, pero también una corrosión estructural inédita.
El relato: una crisis con guión
Aquí es donde cobra fuerza la tesis desarrollada en el capítulo anterior: una crisis se vuelve irreversible cuando puede narrarse con claridad. Y este caso tiene todos los elementos:
Lo más importante: no es necesario ser experto para entender la historia. Está estructurada como una novela de poder: familiaridad, corrupción, traición, lealtad. La crítica no necesita pruebas jurídicas para volverse verosímil: la lógica narrativa ya se ha instalado en la opinión pública.
La serie de Netflix ya está hecha (falta filmarla con actores). Esto es clave: la situación ya se va ‘dibujando’ y aun cuando todavía la pizarra no muestra todo junto, la verdad es que ya es muy comentado en todos los círculos que, en esta red, siempre se apunta a un mismo centro: Pedro Sánchez. Si no por acción directa, sí por la legitimación y continuidad de quienes conforman esta trama. La narrativa es potente: todos los caminos llevan a Roma, y Roma se llama Pedro.
La grieta que se ensancha: aliados en retirada
La resistencia de Pedro Sánchez no depende solo de su control del PSOE, sino de la coalición que lo sostiene en el Congreso. Y ahí radica su mayor vulnerabilidad. Partidos como Sumar, ERC, Junts o Bildu han apoyado al gobierno con base en agendas propias: amnistía, agenda social, diálogo territorial o sencillamente no salir del gobierno. Pero su supervivencia electoral depende de no verse arrastrados por el desprestigio ajeno. Si la figura de Sánchez se vuelve radioactiva, estos aliados tendrán dos caminos: desmarcarse o hundirse con él.
Ya se ven síntomas de tensión: críticas indirectas, distancia en el lenguaje, matices en las votaciones. Lo que en 2023 fue una coalición táctica, hoy amenaza con convertirse en una federación de desconfianzas. La opinión pública lo percibe. La mancha se extiende.
Pero Pedro Sánchez ha sobrevivido muchas veces. Lo ha hecho ante mociones de censura, ante guerras internas, ante campañas implacables. Más aún. Ha estado políticamente muerto. Y lo ha estado también electoralmente. Su fama de prestidigitador es uno de sus activos. Pero esta crisis es distinta porque no depende de su capacidad de maniobra, sino de cómo lo perciben los otros actores del sistema: sus aliados, sus votantes, los medios, la justicia.
Su liderazgo se encuentra en un punto en que no es suficiente ganar tiempo; necesita regenerar sentido. Y eso, en una crisis cognitiva, es casi imposible sin una ruptura clara: o sacrifica a los suyos, o se convierte en el sacrificado.
Diagnóstico de irreversibilidad y cálculo de caída: ¿hasta cuándo resiste un gobierno en crisis?
Toda crisis contiene una pregunta implícita: ¿se puede volver atrás? En política, esta pregunta se traduce en términos más concretos: ¿puede el sistema regenerarse? ¿puede un liderazgo reconstruir su legitimidad? ¿puede una coalición que tambalea recomponerse sin partirse? Este capítulo busca responder a esas preguntas, no desde la especulación, sino desde una evaluación estructural de los factores que determinan el grado de irreversibilidad de una crisis.
El caso de Pedro Sánchez, expuesto anteriormente, nos entrega una base sólida para aplicar ese marco. Lo que se evalúa aquí no es la culpabilidad legal ni la moral de los implicados, sino el grado de daño institucional, simbólico y estratégico que la crisis ha infligido al sistema político español. Y desde ahí, estimar la probabilidad de que el actual gobierno no logre completar su mandato.
A partir de la teoría de Michel Dobry, de las propuestas de Dogan y Higley, y de la tesis cognitivista que planteo, se pueden establecer ocho condiciones clave cuya convergencia tiende a volver irreversible una crisis de gobierno. Las sintetizamos aquí y las aplicamos al caso español:
El análisis revela un diagnóstico inquietante: la mayoría de las condiciones que hacen irreversible una crisis están presentes con fuerza. No se trata solo de escándalos. Lo que está en juego es la percepción de que el sistema ha dejado de autorregularse, que los mecanismos tradicionales de contención ya no funcionan. Es un sistema sin válvula de escape.
Lo más preocupante es la ausencia de una salida institucional creíble. Ni el sistema judicial, ni el parlamento, ni los socios del gobierno han logrado proponer una vía de cierre del conflicto. El “continuismo forzado” de Sánchez ya no es percibido como estabilidad, sino como una forma de parálisis.
Uno de los factores decisivos será el comportamiento de los aliados parlamentarios. Si ERC, Bildu, Junts o Sumar llegan a la conclusión de que el deterioro del gobierno amenaza su propia continuidad electoral, la coalición se quebrará.
Y hay señales claras de que ese momento se aproxima. La distinción moral que estos partidos buscaban marcar frente al “bloque reaccionario” ya no les protege del desgaste. Aparecen voces críticas internas, exigencias de explicaciones, y, sobre todo, un cambio en la disposición emocional de sus bases.
Cuando un aliado percibe que la alianza ya no es un activo, sino una carga, la ruptura es solo cuestión de táctica.
Pedro Sánchez ya no es Cronos
A lo largo de su carrera, Pedro Sánchez ha demostrado una notable capacidad para manejar el tiempo político con inteligencia táctica. No ha sido un estratega brillante en todos los frentes, pero ha sido excepcionalmente agudo para tomar decisiones antes o después de lo esperado, y así descolocar a sus adversarios, protegerse del desgaste o capitalizar escenarios desfavorables.
Esta capacidad no ha sido meramente instintiva, sino una forma de gobernar el calendario como una estructura de poder. Ha jugado contraintuitivamente cuando las lógicas del sistema indicaban otra dirección. Lo ha hecho adelantando el tiempo político cuando el sistema se estancaba, y ralentizándolo cuando era necesario ganar oxígeno o atención pública.
Veamos dos momentos clave:
a) Adelantar el tiempo: las elecciones generales del 2023
Tras el revés electoral sufrido en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023, la jugada esperada era que el gobierno se replegara, tomara nota del castigo y esperara unos meses para recomponerse. Sin embargo, Pedro Sánchez hizo lo inesperado: convocó elecciones generales de forma inmediata.
Aquello obligó a todos los actores a cambiar sus calendarios, interrumpió la narrativa ganadora de la derecha, y reordenó la conversación pública. La decisión resultó ser tácticamente brillante: el PSOE no solo resistió, sino que logró mantenerse en el poder mediante pactos parlamentarios que nadie creía viables semanas antes.
Ese adelanto del tiempo no fue solo una jugada valiente; fue una forma de retomar el control narrativo, de marcar la agenda desde el vértice, y de forzar a los adversarios a moverse en terreno no previsto.
b) Congelar el tiempo: el caso Begoña Gómez y la amenaza de dimisión
En abril de 2024, cuando se hizo pública la investigación contra Begoña Gómez, su esposa, Pedro Sánchez volvió a sorprender: interrumpió su agenda institucional, anunció que se retiraría a reflexionar y planteó abiertamente su posible dimisión.
Nuevamente, el gesto descolocó a todos. Al exponer el tema en sus propios términos, Sánchez se anticipó al juicio público. Convirtió una situación de debilidad en un gesto de sacrificio personal, apelando a la empatía, la persecución política, y el lawfare.
Esa pausa estratégica logró desinflar momentáneamente la presión, restituir cierta dignidad simbólica a su figura y contener la desbandada de apoyos. Retrasó el tiempo, pero lo hizo con efecto político: ganó semanas de estabilidad y redirigió el debate hacia su rol institucional.
¿Por qué el manejo del tiempo ya no alcanza?
La crisis actual, sin embargo, no puede ser enfrentada únicamente con ingeniería temporal. El motivo es simple pero decisivo: las variables ya no responden al tiempo, sino a una acumulación estructural de sentido, poder y desgaste. Expliquémoslo:
En primer lugar, el tiempo no reordena una red que ya aparece prístina. En crisis anteriores, Sánchez logró imponer marcos narrativos alternativos mediante pausas o aceleraciones. El cambio temporal generaba cambio de sentido. Hoy, sin embargo, el relato ya está instalado. La estructura de vínculos entre Begoña, Aldama, Ábalos, Koldo y Cerdán es clara para la opinión pública. El tiempo no diluye lo que ya es inteligible. Solo satura y profundiza la desconfianza.
En segundo lugar, los aliados no funcionan según el reloj de Sánchez. Se han abierto relojes distintos. Pasamos a una etapa de relatividad de los tiempos. Los aliados de Sánchez —cada uno con sus calendarios electorales— no pueden congelar el tiempo a su favor si el costo de sostenerlo se vuelve tóxico. En este contexto, ralentizar las decisiones o dramatizar salidas ya no activa solidaridad, sino sospecha.
En tercer lugar, las investigaciones judiciales tienen su propio ritmo. Cuando los tiempos políticos colisionan con los tiempos judiciales, la capacidad de control se reduce drásticamente. Sánchez no puede detener filtraciones, ni acelerar resoluciones, ni cambiar los plazos procesales. Si un juez actúa, lo hace en su propio calendario, ajeno a la lógica de supervivencia política.
Finalmente, la atención pública se ha vuelto refractaria. Antes, los gestos de Sánchez eran capaces de captar emocionalmente a grandes segmentos de la ciudadanía. Hoy, la sociedad está en un estado de fatiga narrativa. Las maniobras de tiempo son percibidas como cálculo, no como convicción. Y en un entorno de desafección, los efectos simbólicos se diluyen rápidamente.
En este escenario de desgaste de Sánchez ha sido astuto Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular y más probable beneficiario de una caída del gobierno. Aunque se le ha criticado por su manejo de los tiempos y, sobre todo, desde la ultraderecha han acusado un ataque demasiado sobrio, tesis que ha compartido indirectamente Isabel Díaz Ayuso (la otra figura principal del Partido Popular); la verdad es que su estilo de ‘notificación a Sánchez’ (ir marcando los hitos de su desgaste) ha facilitado el desarrollo del proceso corrosivo. Entendiendo que la caída de Sánchez no se daría de manera inopinada, Feijóo ha jugado una estrategia de ‘aprovechar la infección’ y facilitar su evolución.
El horizonte: escenarios y probabilidades
A partir de la evidencia disponible, pueden proyectarse tres escenarios:
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1. Encapsulamiento de la crisis y resistencia táctica: Sánchez logra sobrevivir sacrificando a figuras clave (como su esposa o colaboradores cercanos), mantiene el apoyo mínimo en el Congreso y conduce el gobierno hasta el final del mandato, aunque con erosión constante.
2. Ruptura parlamentaria y caída por pérdida de apoyos: Uno o varios socios clave se desmarcan, impiden la aprobación de presupuestos u otras leyes esenciales, y fuerzan elecciones anticipadas en un plazo de 6 a 12 meses.
3. Colapso institucional por desgaste sistémico: La presión judicial, el clima mediático y la desmovilización del propio electorado socialista provocan una salida abrupta: dimisión, moción de censura o convocatoria desesperada de elecciones.
No estamos ante una crisis que se resuelva con el paso del tiempo. Al contrario: el tiempo juega en contra del gobierno. Cada día que pasa sin solución empeora el cuadro. Cada revelación, cada contradicción, cada defensa improvisada, no hace más que confirmar lo que ya se ha instalado en el imaginario: que el problema no es un error aislado, sino una forma de gobernar.
Pedro Sánchez, un político cuya carrera ha sido un ejercicio constante de supervivencia, enfrenta ahora un desafío cualitativamente distinto: no basta con resistir, porque lo que está en juego no es solo su permanencia, sino la percepción del sistema entero que lo sostiene.
Pero, ¿cómo asignar probabilidades a los hechos?
Asignar probabilidades a escenarios políticos no es una ciencia exacta, pero sí puede abordarse con criterios metodológicos coherentes y transparentes, especialmente si se parte de un marco estructurado como el que hemos desarrollado. En una primera etapa es necesaria una ponderación cualitativa de condiciones estructurales, cognitivas y estratégicas, cruzadas con el comportamiento reciente del sistema político español.
Se utilizaron cuatro ejes para estimar el peso de cada escenario:
El primero, referido a las condiciones extraídas del marco de Dobry y Dogan & Higley (movilización multisectorial, desestructuración institucional, etc.) fueron evaluadas en términos de baja, media o alta intensidad. Cada condición se ponderó según su contribución histórica al colapso de gobiernos en democracias parlamentarias. La acumulación de condiciones en nivel “alto” justifica que la hipótesis de caída tenga para esta visión una probabilidad claramente mayoritaria.
El segundo, el valor cognitivo del relato público. Desde la perspectiva cognitivista desarrollada en este libro, se estima que la claridad narrativa de la crisis aumenta exponencialmente su efecto político. En este caso, la red puede explicarse de forma sencilla, personaliza la responsabilidad (Pedro Sánchez y su entorno), y conecta hechos concretos con beneficios y abusos reconocibles. Esa inteligibilidad hace más probable que la crisis no se disipe con el tiempo, sino que se intensifique.
En tercer lugar, la capacidad del liderazgo para generar salidas regenerativas. La evaluación de Pedro Sánchez como líder revela un desgaste simbólico severo. A diferencia de otras crisis que ha superado, esta lo sitúa como centro, no como espectador. No existe hasta el momento una narrativa de renovación, ni figuras sacrificiales convincentes, ni respaldo emocional suficiente desde las bases. Esto reduce significativamente las probabilidades de que el escenario de encapsulamiento se imponga.
Y en cuarto lugar, la dinámica de los aliados políticos. El sistema parlamentario en minoría hace que el gobierno dependa de una constelación de apoyos inestables. La evaluación de estos aliados muestra un incremento visible en el riesgo político percibido, especialmente cuando el escándalo amenaza con contaminarlos electoralmente. El cálculo racional de supervivencia indica que varios de ellos podrían retirarse del apoyo activo, especialmente si los sondeos o la presión interna aumentan. Esta tendencia refuerza el escenario de ruptura parlamentaria porque es el más probable en términos institucionales y estratégicos: no requiere hechos extraordinarios, solo que los aliados actúen con lógica de autodefensa.
No se puede descartar del todo el escenario de encapsulamiento, basado en la historia de resiliencia de Sánchez y en su control del aparato del PSOE, aunque con margen decreciente. Pero tal como existe la probabilidad (baja) de un escenario de solución por encapsulamiento para Sánchez, también parece igualmente posible un colapso por saturación sistémica, incluyendo escenarios extremos de contradicciones institucionales que gatillen una crisis mayor con destrucción institucional y no solo caída de gobierno. Este escenario es más traumático y menos frecuente, pero su probabilidad crece si los anteriores fallan.
En síntesis, esto significa que, dadas las condiciones actuales, el gobierno de Pedro Sánchez tiene más probabilidades de no terminar su mandato que de terminarlo.
Pedro Sánchez se encuentra atrapado en una dinámica de crisis altamente estructurada. Si miramos casos comparados de crisis presidenciales, a diferencia de Nixon o Fujimori, su permanencia no depende solo de una prueba legal concluyente, sino de la percepción de sus aliados y del electorado. Si la moral pública se consolida en su contra, como ocurrió con Boris Johnson, o si la credibilidad económica se erosiona, como con Berlusconi; la coalición podría desarmarse.
La historia enseña que las crisis no necesitan condenas judiciales para ser letales: basta con que el juicio moral y la inteligibilidad narrativa se alineen. Eso es, precisamente, lo que hoy enfrenta el presidente del Gobierno español. Comparemos en una tabla lo señalado.
Aquí se analizan cuatro casos emblemáticos de crisis políticas que culminaron en la caída de presidentes o primeros ministros —Richard Nixon en Estados Unidos, Boris Johnson en el Reino Unido, Silvio Berlusconi en Italia y Alberto Fujimori en Perú— y se los compara con la situación actual del presidente Pedro Sánchez en España.
El objetivo es identificar patrones comunes en la evolución de las crisis, destacar las dimensiones clave que anticipan su irreversibilidad, y evaluar si la crisis que atraviesa el gobierno español puede inscribirse en la misma lógica de colapso que marcaron estos antecedentes.
Lejos de constituir meros escándalos aislados, estos casos representan quiebras narrativas, estructurales y morales del liderazgo político, donde el desgaste no solo fue institucional o judicial, sino también cognitivo: la sociedad logró interpretar con claridad lo que estaba ocurriendo, y esa comprensión precipitó la caída.
Richard Nixon cayó en 1974 tras la revelación del escándalo Watergate. La narrativa fue clara: el presidente ordenó o encubrió un operativo ilegal de espionaje contra el Partido Demócrata. Cuando se conocieron las grabaciones que lo incriminaban directamente, incluso los republicanos le retiraron el apoyo. Fue un caso de colapso político con fuerte estructura moral: el jefe de Estado había violado las reglas democráticas fundamentales. Renunció antes de ser destituido.
Boris Johnson, en 2022, cayó por acumulación de mentiras, particularmente tras el “Partygate”: mientras el país vivía bajo estrictas restricciones por COVID-19, el primer ministro organizaba fiestas ilegales en Downing Street. El escándalo, sumado a otras omisiones, derivó en una pérdida masiva de confianza en su integridad, no solo por parte de la ciudadanía, sino también dentro de su propio partido. Finalmente, Johnson fue obligado a dimitir por su bancada conservadora.
Silvio Berlusconi, primer ministro italiano, renunció en 2011 bajo el peso combinado de escándalos judiciales (como el caso Ruby), sospechas de corrupción, una gestión económica caótica y la presión internacional durante la crisis del euro. Aunque resistió por años, la pérdida de confianza de los mercados y el bloqueo institucional forzaron su salida. Su caso representa una caída por colapso reputacional y estructural, más que por un evento específico.
Alberto Fujimori, presidente de Perú, fue un caso extremo: tras una década de concentración de poder, cayó en 2000 tras la difusión de los Vladivideos, en los que su asesor Montesinos aparecía comprando congresistas con fajos de dinero. El impacto fue inmediato. La narrativa era perfecta: corrupción grabada, evidente y escandalosa. Fujimori huyó a Japón y renunció por fax. Posteriormente fue extraditado y condenado.
Pedro Sánchez enfrenta en 2025 una crisis compleja, pero con varios elementos que lo colocan dentro del patrón descrito. La red que lo rodea —su esposa Begoña Gómez, su exministro Ábalos, el operador Koldo, el número dos del PSOE Santos Cerdán y empresarios beneficiados por el Estado— ha sido ampliamente difundida. La narrativa es altamente inteligible: favoritismos, tráfico de influencias, uso de recursos públicos para fines privados. Lo más grave es que, sin haber sido imputado, la estructura que lo sostiene simbólicamente está visiblemente dañada.
A diferencia de Johnson, Sánchez no depende solo de su partido, sino de una coalición parlamentaria con actores que tienen sus propios intereses, identidades territoriales y agendas electorales. Si estos aliados perciben que el costo de seguir con él es demasiado alto, podrían precipitar su caída.
Además, el gobierno ha mostrado signos de presión institucional sobre organismos clave, aunque no al nivel de Fujimori ni Berlusconi. Ha habido blindajes, bloqueos de comisiones investigadoras y defensas discursivas agresivas, lo que tensiona la separación de poderes.
En resumen, el diagnóstico aquí planteado nos señala que hay una alta probabilidad de caída del gobierno. No alcanzo a entrar en más detalles sin quitarle a usted, querido lector, un tiempo valioso. Pero las metodologías que he desarrollado muestran la presencia actual de una “ventana de catálisis de la crisis” en la que se activan variables críticas que aceleran el paso de la crisis como un estado de estructura contenida a la crisis como un estado de destrucción ampliada.
Es decir, no es baja la probabilidad que en las próximas semanas se verifiquen procesos institucionales de mayor tamaño en la que aparece como inminente la caída de Pedro Sánchez.