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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

Sergio Sepúlveda, en su libro "En el mismo lugar de siempre", retrata la realidad desigual y desoladora de mujeres solas con trabajos precarios como cajeras, meseras o personal médico. Las historias se desarrollan en un entorno marcado por la rutina y el hastío, donde los personajes buscan escapar de sus vidas monótonas y desesperanzadoras. A través de sus relatos, Sepúlveda invita a reflexionar sobre la sociedad neoliberal y la necesidad de deconstruir nuestras percepciones y deseos.

Hay algo aterrador en los cuentos que componen “En el mismo lugar de siempre” (Los Perros Románticos, 2025), de Sergio Sepúlveda (Rengo, 1985): un terror cotidiano, provincial, que se cuela tanto en los paisajes como en la voz monótona de estos narradores —en su mayoría, protagonistas; mujeres protagonistas—, lo que no es baladí.

Por Francisco Marín Naritelli

La desolación no acontece en circunstancias extraordinarias. Más bien, suele alojarse en la vida común y corriente: en las carreteras que conectan Rengo y Talca, en las líneas férreas de pequeñas localidades. O en las calles del centro de Santiago, en estaciones de metro o en el living de una casa en penumbra.

La desolación revela a nuestras protagonistas como rostros principales de una realidad desigual: mujeres solas, con hijos o sin ellos. Mujeres madres, o que cumplen ese rol. Mujeres heterosexuales, lesbianas. Mujeres que cargan con el peso del trabajo, de su propia existencia. Pero también mujeres que envidian a otras, que recelan de sus logros. Porque la realidad no es una postal; más bien constituye un conjunto desapegado y para nada heroico de claroscuros.

Sergio Sepúlveda es preciso en las tipologías laborales, y por algo las nombra: cajeras de supermercados, meseras de fuentes de soda, trabajadoras de una multitienda, de una agencia de publicidad, de una fábrica de tomates o personal médico de un hospital de región. Todo el sector comercial o estatal asociado a una clase media empobrecida, con jornadas extenuantes y salarios paupérrimos.

Sepúlveda, también, es preciso al bosquejar toda una fauna social, marcada por el hastío y el consumo, con situaciones tan típicas como inverosímiles: trifulcas entre automovilistas, ofertas de telefonía e internet molestosas e inoportunas, adolescentes lascivos y procaces, panelistas del matinal hablando sobre la compatibilidad de los signos y los números de la suerte.

Los cuentos tienen una estructura sencilla, donde los hechos se precipitan sin aspavientos estilísticos. Lo relevante está en los bordes, en lo que no se dice, pero está ahí, rondando. Destaco, en este sentido, la descripción espacial que realiza el autor en concomitancia con la construcción de atmósferas personales, esas trayectorias vitales que serán puestas en entredicho. Hay cierta reminiscencia de autores como James Joyce o Raymond Carver, donde símbolos recurrentes operan como trasfondo de derroteros emocionales o narrativos (la nieve, por ejemplo, en el cuento homónimo).

Cito algunos pasajes:

“Los ríos están secos y me pregunto hacia dónde van los peces cuando el agua escasea” (p.11).

“No quiero pasar otro invierno ahí con noches eternas sin dormir, con un paisaje repleto de humo y neblina, con personas que son fantasmas en las plazas, con calles que unen a poblaciones iguales, con sitios eriazos convertidos en vertederos, y con bares y restaurantes que son las copias baratas de lugares mejores” (p. 12).

“Posó la mirada en unas cabras que pastaban, en las gallinas que cacareaban a lo lejos. Las nubes grises y blancas avanzaban rápido en el cielo y una luz pálida de invierno caía sobre las ramas desnudas de los árboles” (p.91).

El futuro ya fue: es una oferta cancelada. Lo decía Mark Fisher cuando hablaba del realismo capitalista para entender la sociedad contemporánea: la realidad capitalista como la única posible, una realidad donde ya no es factible imaginar otras. La realidad por excelencia, de la que no escapa —cómo no— nuestra sociedad neoliberal.

No sabemos cuánto del sistema portamos. Y de ahí el rol de la ficción: visibilizar lo invisible, deconstruir la hegemonía, como diría Derrida. Y eso implica deconstruirnos también: nuestros deseos, nuestras obsesiones, nuestra racionalidad. ¿Qué entendemos por amor? ¿Por dolor? ¿Qué vida estamos narrando? ¿Qué vida nos está narrando? ¿Qué subjetividad nos soporta o nos interpela?

Una frase representativa: “A veces creo que el amor es una queja silenciosa en una muralla que nadie lee” (p.36).

Los personajes de este libro buscan escapar, pues no soportan sus vidas. Necesitan una redención, algo que rompa la rutina, el trabajo, la depresión, la falta de ideales o de utopías. Algo que pueda refulgir, aunque no trascienda. Aunque roce el peligro o la fatalidad. El delito.

¿Por qué la protagonista del cuento homónimo decide tocar la puerta de la casa de Isabel, sabiendo que está con su marido y que pronto partirán a La Serena? ¿Por qué una cajera de supermercado obliga a una colegiala a invitarla a su casa y escuchar sus consejos? ¿Qué tiene en la mente una mujer que va a suicidarse en el metro?

No hay espera posible. La concisión de las historias no hace más que delatar la crudeza —personal y comunitaria— sumada a la falta de sentido que, como una ráfaga de viento helado, golpea la cabeza. Nuestra subjetividad neoliberal, esa que nos impide configurar una existencia digna. No hay remedio, ni salvación, ni perdón, salvo la obsesión o la locura. O la muerte.

Pero algo tenemos que hacer, pienso —y esto es añadido mío—. La invitación a la acción, desde la ficción, sigue teniendo validez en nuestro presente. Para advertir las sombras, pero también las luces. Como diría Nietzsche, ser contemporáneo implica algo más que vivir simplemente en un contexto histórico determinado: supone una actitud reflexiva y crítica. No solo individual, también comunitaria.

Porque nadie se salva solo.

En el mismo lugar de siempre, de Sergio Sepúlveda, Editorial Los Perros Románticos

En el mismo lugar de siempre

Sergio Sepúlveda
Editorial Los Perros Románticos

2025
111 páginas.